Comentario
La mejor prueba de la profunda significación que para el sistema soviético tuvo la personalidad de Stalin, su obra y su manera de gobernar se descubre en la sensación de vacío sentida por la clase dirigente del régimen a partir del momento en que desapareció, a pesar del permanente sistema de terror al que la tenía sometida. El mismo Stalin había anunciado a sus colaboradores, como para dejar claro su condición de imprescindible, que cuando el no estuviera entre los vivos "los imperialistas os torcerán el cuello como a pollitos".
Incluso fuera de la URSS se pensó de la misma manera. Tenía una lógica objetiva que así fuera: quienes ejercieron el poder en la URSS hasta mediada la década de los ochenta pertenecían a una generación que llegó al poder en la época de Stalin, ejerciendo puestos importantes con él y siendo al mismo tiempo cómplices de su obra pero también, potencialmente, víctimas de su dictadura. Para ellos, la desaparición de Stalin equivalía a la de una época.
Como él mismo decía, su figura resultó irrepetible, pero eso no significó la mutación de la esencia misma del régimen. En cierto sentido, resultaba muy difícil de concebir que el tenso terror en que se basaba la forma de ejercer el poder Stalin -esa especie de permanente estado de sitio- durara de forma indefinida. Sus sucesores no pretendieron mantener aquél ni tampoco reproducir sus rasgos como hombre de gobierno sino modificarlos sin alterar de forma profunda la esencia del sistema. El terror estalinista fue sustituido por otras fórmulas que permitieron a los dirigentes soviéticos librarse de la carga de incertidumbre en sus carreras políticas.
La concentración personal del poder había llegado hasta el extremo de que el himno nacional dedicaba párrafos a Stalin; a partir del momento de su desaparición, en cambio, el ejercicio del poder se vio modificado en el sentido de que las decisiones fueron mucho más colectivas. Además, las diversas instancias burocráticas tuvieron un mínimo de posibilidad de iniciativa. La industrialización se había conseguido a base de mantener intensos y forzados sacrificios, un verdadero estado de guerra permanente y una movilización popular impuesta y absoluta. Ahora, en cambio, no resultó posible mantener el "ascetismo de consumo" sino que resultó necesario, al menos, satisfacer en parte los intereses del consumidor.
Todos estos factores sirven para explicar el reformismo soviético de esta etapa y de las sucesivas. Importa señalar que la reforma no se refirió al centro de gravedad del régimen, que siguió siendo una dictadura ideológica fundamentada en el marxismo-leninismo; en este sentido lo esencial de ella fue conservado y duraría todo el período de Kruschev pero también el de Breznev, a pesar de que la significación de su liderazgo fuera un tanto distinta. Puede decirse, incluso, que los modos del posestalinismo consistieron en la reproducción de dos tendencias que se habían hecho manifiestas con carácter previo.
Las políticas postestalinistas oscilaron siempre entre el "comunismo de guerra", duro, represivo y brutal, por una parte, y la NEP, es decir esa política económica que por deseo de evitar que la producción disminuyera evitaba el exceso de presión, por otro. Siempre las políticas reformistas se concretaron en la tolerancia respecto a la aparición de un cierto pensamiento crítico, aunque dedicado principalmente a mejorar la eficiencia del sistema, una cierta descentralización de la economía y la búsqueda de una distensión internacional. En cambio, las etapas conservadoras se caracterizaron por detener los experimentos y las tolerancias respecto a la disidencia y tender al expansionismo militar. Pero cada etapa de NEP resultó, al menos en cierta medida, irreversible, de tal modo que los tiempos del estalinismo se fueron alejando progresivamente.